En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una región perdida en las selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes dinosaurios feroces.
Durante miles y miles de años, sobrevivieron a los cambios de la tierra y ahora, liderados por el gran Ferocitaurus, planeaban salir de su escondite para volver a dominarla.
Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban demasiado tiempo aislados, así que durante algunos años se unieron para trabajar y derribar las paredes del gran cráter. Y cuando lo consiguieron, todos prepararon cuidadosamente sus garras y sus dientes para volver a atemorizar al mundo.
Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy distinto a lo que se habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con paso firme durante días.
Por fin, desde lo alto de unas montañas vieron un pequeño pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían pequeños puntitos. Sin haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces montaña abajo, dispuestos a arrasar con lo que se encontraran…
Pero según se acercaron al pueblecito, las casas se fueron haciendo más y más grandes y, cuando las alcanzaron, resultó que eran muchísimo más grandes que los propios dinosaurios, y un niño que pasaba por allí dijo:
– ¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en miniatura! ¿puedo quedármelos?
De esta forma, el temible Ferocitaurus y sus amigos terminaron siendo las mascotas de los niños del pueblo, y al comprobar que millones de años de evolución en el cráter habían convertido a su especie en dinosaurios enanos, aprendieron que nada dura para siempre, y que siempre hay estar dispuesto a adaptarse.
Y eso sí, todos demostraron ser unas excelentes y divertidas mascotas.